Hace sólo un par de días, tuvimos la oportunidad de ver «No son 30 pesos, Chile genealogía de una insurrección», un documental que desde sus primeras escenas nos introduce al Chile previo al estallido social, en agosto del 2019. Nos muestra imágenes del Metro de Santiago, con especial énfasis en la intervenida estación Baquedano, que en 2019 destapó acusaciones ciudadanas sobre torturas en este espacio, más decantó en un caso sobreseído el 2020. Por esa y otras razones todavía palpables, resulta ser un Chile del que todavía es difícil hablar, aunque existen espacios de reflexión como el propio documental.
Parece muy impresionante que ya hayan pasado cinco años desde el estallido social. Debido a este contexto, se gesta este proyecto de Salateca, aunque suene extraño… Y es que, desde hace varios años, en Santiago existe un circuito cultural muy variado y en crecimiento en torno al cine, que posterior al estallido social, y al confinamiento por el virus del COVID-2019, se vio puesto en pausa de forma brusca. Por ello, una vez pasada la reclusión de la pandemia, surgió la necesidad imperiosa de hacer memoria de esos espacios expuestos a incendios, cierres, itinerancia y auto-organización, buscando rescatar y destacar el fecundo panorama cultural de todo el cine que es exhibido en espacios independendientes en Santiago. Así, este documental nos moviliza y conecta con el afán de contar una historia siempre amenazada al olvido o peor, a desestimarla.
Este relato vinculado a querer ser “un film de intervención”, ante el olvido tanto de acontecimientos, como figuras relevantes en el enfrentamiento a la dictadura, utiliza diversas formas de representar la memoria, como archivos televisivos, cartas, fotografías, entrevistas, música de protesta, representaciones de testimonios y espacios en los que se desarrolla la narración e igualmente se exhibe. Incluso, en esa misma línea, destaca especialmente en el metraje cómo introducen el rol del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, como un protagonista especial en la película que no es sólo una fuente de archivo o un espacio físico, sino que enfatiza la labor pedagógica del traspaso de memoria al enfocar a niñes y adolescentes escuchando, por ejemplo, sobre el atentado a Pinochet en voz del guía, que igualmente a nosotrxs como espectadorxs nos contextualiza. Haciendo del mismo espacio un relato audiovisual, y lo mismo audiovisual como un intento de situarnos en el espacio y tiempo histórico de forma diferida.
Aunque, es diferido sólo desde lo cronológico, puesto que el filme nacido en el alero del grupo Cine Insurgente, narra los hechos evidenciando un cierto “caldo de cultivo” como mencionan casi al final de éste. Aquello nos recuerda que los procesos funcionan como un espejo que nos muestra su reflejo años después, uno que tiene sus propios bastiones y sus inherentes luchas, pero que aún así nos recuerdan que la raíz común sigue levantando motivos por los que manifestarse.
Quizá el ejemplo más evidente sea pensar en cómo letras de Jorge González que habían tenido su movida en 1986, funcionaban de canto conjunto en 2019, evidenciando que las cosas no habían cambiado verdaderamente y que, además se hacían parte de un cancionero consciente en otras generaciones. Lo mismo ocurre con Fernando Krichmar (director de la película, de origen argentino), que narra el recitar la Cantata de Santa María de Iquique a los ocho años al otro lado de la cordillera o mi experiencia, que renació de un recordar borroso donde mi papá cantaba «este animal tira todo, si le agarra bien el modo, con usted va a charchalear…», evocando emociones tan profundas como resonantes. Haciendo que desde historia y biografía, la música sea otro personaje más en la narración del documental, junto a los mencionados espacios; canciones de lucha e ilusión acompañan escenas de protestas y reuniones clandestinas, actuando como un puente entre prosa-acción y herramientas de narración-resistencia.
En este puente, que también es uno constante entre pasado y presente, lo cíclico de los hechos y la relatividad del tiempo, existe una idea que trasciende el tiempo y espacio, que es el tomar una posición no pasiva como sujeto. El «¿Qué hubieses hecho tú?» es por lejos una pregunta compleja, con su correspondiente carga moral, valórica e ideológica, pero que tras todo el daño emocional y humano cometido en dictadura y perpetrados bajo el estallido social, la historia del FPMR nos invita a hacerle “frente” a quiénes somos como sociedad, qué hemos construido y qué queremos.
Así, el metraje logra armarse como un viaje emocional que invita a la reflexión y la comprensión de una historia de resistencia que sigue viva. Nos recuerda que la memoria no son sólo hechos, sino los cimientos de lo que somos. Pero ante todo, la resignificación de este pasado es lo que permite dar pasos distintos que den pie a esa trenza necesaria entre justicia, memoria no pasiva y reconocimiento.
Es por eso que, nuestra invitación es a ser parte de estas reflexiones, cuestionamientos, posicionamientos y mantener presente nuestra memoria como sociedad.
El documental se exhibirá el 29, 30 y 31 de agosto en el Teatro Camilo Henríquez ubicado en Amunátegui #31, en pleno Santiago Centro. Lo que da pie a una oportunidad que también nos importa destacar; la de no sólo ver porciones de historia de este país en la proyección, sino también caminarla entre butacas.
Historia que alberga desde 1954, año de inauguración de este teatro en el que cuatro años después se haría “Esta Señorita Trini”, la primera obra musical de Chile que contó con Carmen Barros como protagonista, quién luego también interpretaría a Carmela en “La Pérgola de la Flores” de Isidora Aguirre, junto a otros íconos como Ana González (nuestra queridísima Desideria en P’al otro Lao) y Héctor Noguera (que quizás se sienta pecado asociar en primera instancia a su rol como Ángel Mercader). Aunque en este lugar también se oyeron voces como las de Víctor Jara, quien en 1962 logró dirigir “Animas de Día Claro”, escrita por Alejandro Sieveking… más aún con todo aquel repertorio a la espalda, para 1991 ya no habría más teatro o actividad en general pública en este espacio, hasta recién sesenta años después de su inauguración para el año 2014. Así, ya con diez años pasados de aquella recuperación gracias a un adjudicado Proyecto Fondart por parte del Círculo de Periodistas, este lugar se mueve en representaciones teatrales tanto como en conciertos, musicales y cine, con disposición para 213 personas.